Por algunas fuentes externas como libros o expedientes en algunos casos, se ha escuchado nombrar los poderes en las sombras que conspiran para controlar el Mundo. Un ojo que todo lo ve, Sociedades Secretas (Iluminatis, Masones, los Rosacruces…) que bajo un código de secretismo mantienen conexiones con las élites del poder. Son precisamente aquellos que manejan los hilos de la influencia política, económica y social en todo el mundo, bajo una cara visible agrupada en el Club Bilderberg. Que esta conformado por 5 familias que según diversas fuentes informativas controlan la humanidad: Los Morgan, los Busch, los Du Pont, los Rockefeller y los Rotschild.

Debajo de ellos están las demás vertientes del poder esparcidas a nivel mundial. Para nuestro enfoque, algunos autores de diferentes libros, aseguran que estas sociedades en Colombia se afianzaron en un grupo conocido como la Mano Negra. Una leyenda que en su día echó a andar López Michelsen, un político intelectual quien dijo que esta la componía una Junta de empresarios, comandada en sus inicios por Hernán Echavarría Olózaga, un economista e industrial colombiano que querían oponerse al gobierno de López Michelsen, ya que no era partidario de las ideas democráticas y sociales de Colombia.

A raíz de ello combinó su labor en la industria privada y la política con lo académico, para conformar una facción de empresarios que unidos a los terratenientes del país, habían de conformar la Mano Negra. Aprovechándose de la debilidad del sector agrícola y de la falta de coordinación entre los sectores de la economía.

Esta facción quería permear el gobierno del país con aquellos modelos económicos de la matriz principal que todo lo ve (El Ojo de Horus). Es decir conformar una sociedad super-organizada, privatizada y sostenida desde arriba por una jerarquía social (familias), unas marionetas mediáticas (políticos) para poder lograr sus objetivos. Además de contar con un servicio de la extrema derecha que les garantizará su seguridad y de igual forma operaran como un mecanismo oscuro en caso de no poder alcanzar sus objetivos.

Esta facción de empresarios tiempo después quedó flotando de manera imprecisa, como una especie de espectro cuya vida real no estaba demostrada.

Surge así como resultado de esto, un proceso de concentración de capital antioqueño para controlar amenazas provenientes de otros competidores. Y su monopolio se comienza a extender en todos los sectores que reactivan una economía. Como el sector financiero, de seguros, de construcción, comercio, finca raíz, alimentos, textiles y medios de comunicación para manipular la información.

Estos trabajos son los que luego se empezarían a conocer en en el ámbito empresarial colombiano como “los 4 grandes”, es decir los grupos económicos de la Familia Santodomingo, de la familia Ardila Lulle, familia Sarmiento Angulo y el Grupo Empresarial Antioqueño. Que es la viva representación del esfuerzo de la élite antioqueña por evitar el control de grandes empresas de la región por empresarios de otras regiones. Teniendo en cuenta que el GEA no es realmente una corporación, sino la descripción de la propiedad cruzada entre algunos de los grandes holdings antioqueños.

Así se fueron sumando al pastel otros monopolios apoyados por los mismos, como: la Familia Echavarría Olázaga, la oligarquía azucarera del Valle, Tecnoquímicas, Fedecafé, Grancolombiano, el Grupo Alkosto, grupo Char de Barranquilla, el grupo Gilinski, el grupo financiero Colpatria, la Familia Barberi Ospina, Familia Cortés Osorio, Familia Pacheco Cortés y la Familia Mejía Olarte, entre otros.

Más adelante esta sociedad agruparía a un bastión de la aristocracia bogotana, quienes solían reunirse en el Jockey club y lugares parecidos a planear la defensa del país de la inminente toma comunista.

Después ubicarían una sede secreta, templo masón de la mansión Kopp ubicado en Bogotá, esto según algunos libros como: la influencia de la masonería en Colombia o la Masonería política de Mario Arango. Donde según cuentan allí se reunían algunos de los líderes más importantes a tomar las decisiones más radicales en el ámbito político, económico y social.

Con la experiencia mejoran aquel modelo de operación de la Mano Negra, y reinventan un sistema de corrupción a partir de la constitución de 1991, donde no se rigen por una democracia, sino por unos intereses particulares con la finalidad de controlar sus bienes, sus riquezas y decisiones. Tratando de mantener la hegemonía del poder y el dominio sobre la población.

Teniendo así la ultraderecha que se dedicaba a la política, y la Mano Negra que vendría a ser el poder tras las sombras, encargado del trabajo sucio para salvaguardar los intereses de una élite que predomina en el país.

De acuerdo al libro de Carlos Castaño (Mi Confesión) estos señores que trabajaban bajo la etiqueta de la Mano Negra, eran conocidos como la junta directiva, Consejo Superior, el Grupo de los Seis o el Grupo de los Notables, quienes eran los encargados de asesorar el ala militar de Derecha o dar las orientaciones en la parte política.

Es decir a los 18 clanes (los Char, los Cote, los Gnecco, Cordobismo…) políticos de los que se conoce hasta el momento manejan el poder institucional en Colombia. Aquellos que en un principio se fortalecieron con el clientelismo y algunos otros que se beneficiaron con el auge del narco y las economías subterráneas, para luego asociarse y beneficiarse.

Seguido por los padrinos políticos (Uribe) y los delfines políticos, es decir aquellos que generación tras generación siguen ocupando los cargos de sus padres, como los Valencia, los Lleras, los Santos, los Pastrana, los Gaviria, etc…

Distrito Salvaje (2018) se consolidó como una de las producciones colombianas más aclamadas de la década, obteniendo reconocimientos nacionales e internacionales que destacaron su narrativa audaz y su calidad técnica. La serie, producida por Dynamo para Netflix bajo la dirección de Javier Fuentes-León y Carlos Moreno, revolucionó el panorama audiovisual al abordar temas tabú más allá del narcotráfico, como el posconflicto y la corrupción institucional. Su impacto le valió 7 nominaciones a los Premios India Catalina, incluyendo Mejor Serie, Mejor Actriz (Cristina Umaña) y Mejor Actor (Juan Pablo Raba), este último ya consagrado por su trayectoria en cine internacional (“Los 33”, “Shot Caller”).

Además, la serie fue incluida en los Premios ENTER.CO 2018 como un referente de innovación en la industria, demostrando que Colombia podía explorar nuevas narrativas con estándares globales. A nivel internacional, recibió dos nominaciones a los Premios Platino: Mejor Teleserie y Mejor Actor de Reparto (Andrés Castañeda, en el papel de “Tappán”), consolidando su prestigio más allá de las fronteras.

Otros reconocimientos incluyen su selección oficial en festivales como el Festival Internacional de Cine de Panamá (IFF Panama), donde compitió en la categoría de series emergentes. Con una fotografía vanguardista y guiones que mezclan thriller político con drama humano, Distrito Salvaje no solo marcó un antes y después en la televisión colombiana, sino que se convirtió en un caso de estudio sobre cómo contar historias complejas sin estereotipos. Su legado perdura como una de las apuestas más arriesgadas y mejor ejecutadas de Netflix Latinoamérica.